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La niña más pequeña entró por la puerta y se sentó en el suelo, frente a su casa. Aquella tarde era diferente a otras tardes, ya que las hojas del árbol habían caído, sin embargo el cielo estaba despejado y los pájaros graznaban en los árboles cercanos. Ella no tenía hambre, pero sabía que si le daba un poco de comida al gato lo haría subir hasta el techo para recibir un ratón muerto. Entonces, en el interior de la casa, se escuchaba una pequeña voz que decía: "No lo sé, no lo sé, no lo sé". Esa noche la pobre niña yacía en el suelo y veía los destellos del fuego en la chimenea. La luz parecía brillar más afilada que de costumbre. Era una luz cálida y tenue. La niña sonrió preguntándose si el fuego iría ardiendo después de todo esto. Con el fuego todavía encendido, la niña se sentó sobre sus rodillas y pensó en todo lo que había aprendido durante los últimos meses. Sabía perfectamente que las épocas que vivía cambiaban con el tiempo, pero con el tiempo también cambia su corazón. Además del calor y las luces de esa tarde, le gustaba escuchar las manifestaciones masculinas. Algunas veces pensaba que sólo se trataba de troncos quemados, pero el canto era tan hermoso. Las mujeres también sonaban realmente afiladas, y no tanto como los hombres, pero estaban igual de cerca. Un día fue a la calle con su padre y otros hombres llevaban unos instrumentos blancos colgando del hombro. Aquel día le habían explicado que los hombres habían estado cantando mientras las mujeres bailaban. El día más feliz, entre todos los días que había vivido, había sido cuando su padre le regaló una pala y un barril de pintura. Parte del canto se había quedado en su memoria y algunas mañanas la niña escuchaba a las personas que cantaban en la calle. cfa1e77820
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